Cueva de la mora (Puerto Moral)

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La Cueva de la Mora (puerto Moral)


Una gran parte de la Sierra del Parralejo abarca el sur del término municipal de Puerto Moral, mientras que una pequeña extensión de la misma ocupa terrenos pertenecientes al de Aracena. En la parte de la solana, en la ladera suroriental de dicha sierra, a pocos metros del límite entre ambos municipios, se encuentra la Cueva de la Mora (homónima de otros enclaves serranos en Jabugo, Los Romeros y Almonaster la Real), una pequeña cavidad horadada en la roca caliza, cuya entrada tiene una orientación que le permite recibir bastante luz solar a lo largo del día. A su alrededor crece una extensa masa de matorral, en la que destacan las madroñeras y otros arbustos. Por pocos metros la cueva se encuentra en terreno aracenés desde la emancipación local de Puerto Moral hace un par de siglos. Pese a ello, esta localidad considera la cueva como algo propio, en parte por la artificialidad de los límites territoriales que son trazados sobre un mapa sin atender a la realidad de esos territorios. No en vano, los antiguos habitantes de la Sierra del Parralejo campaban por ella ajenos a la división que siglos más tarde sería establecida. El hábitat de tales pobladores debe entenderse de forma unitaria, por lo que en la actualidad ambos municipios pueden sentirse “herederos legítimos” de aquella realidad histórica (y de hecho, los restos arqueológicos se esparcen a ambos lados de la actual línea divisoria).


La existencia de la cueva es conocida desde hace siglos por los habitantes de Puerto Moral y de otras localidades de los alrededores. En torno a esa cavidad ha existido una leyenda que afirma que en lo más profundo de la cueva está enterrada una romana de oro. Una balanza romana construida exclusivamente con ese preciado metal. Hasta el momento nadie ha encontrado ese curioso tesoro. Decimos curioso porque otras leyendas más comunes sobre caudales ocultos hablan siempre de cofres con monedas y joyas o de lingotes de gran tamaño, nunca de artilugios como el que nos ocupa.

Por la presencia de restos se sabe que esta cueva fue un abrigo habitado en épocas prehistóricas, pero lamentablemente no hay mucha información, puesto que el yacimiento arqueológico ha sido brutalmente expoliado por buscadores de la Balanza de Oro. Entre los materiales que ha sido posible recuperar tras las expoliaciones se encuentran fragmentos de cerámica, microlitos y restos dentarios. Del análisis de la cerámica rescatada en la década de los 80, llevado a cabo por Federico Martínez Rodríguez y José Pedro Lorenzo Gómez, se deduce que la oquedad estuvo débilmente habitada en el Calcolítico pleno (mediados del III milenio a. C.) y alcanzó su máxima ocupación en el Calcolítico final y el Bronce antiguo y pleno (I milenio a. C.). A partir de ese momento la ocupación tuvo carácter esporádico, como parece desprenderse de ciertas evidencias en el Bronce final (primeros siglos del I milenio a. C.) y la etapa prerromana (siglos V al III a. C.). La documentación de esas diversas etapas de ocupación otorga a este yacimiento arqueológico una gran importancia dentro del contexto comarcal.


Es posible pensar que la existencia de restos arqueológicos en el interior de la cueva hubiera desencadenado en un pasado remoto los mecanismos que dieran lugar a la aparición de la leyenda. Algo así como si el supuesto tesoro (la balanza romana de oro) guardara relación con los restos (sobrevalorados por la fantasía popular). Sin embargo, la existencia de la leyenda parece remontarse a tiempos muy anteriores a los momentos en los que el pueblo llano ha tomado conciencia sobre el valor de los restos arqueológicos. Además, nunca se ha hablado de que se hubieran hallado restos con anterioridad a la fecha citada (década de los ochenta). Por todo ello parece descartarse cualquier relación entre la Romana de Oro y los restos arqueológicos hallados en la Cueva de la Mora.

Por otra parte, el mundo del ocultismo (sin entrar aquí a valorar la verosimilitud de los principios ocultistas) nos ofrece claves para determinar el valor simbólico de la leyenda, cuya interpretación en esa línea nos lleva a unas conclusiones sorprendentes (sean ciertas o no). Definimos el ocultismo como el conjunto de doctrinas y prácticas misteriosas, espiritistas y hasta mágicas, que pretenden conocer, explicar y someter al dominio humano los más misteriosos fenómenos de la vida material y psíquica. Recurrimos a tal línea de explicación basándonos en la circunstancia de que aquello que está enterrado se encuentra oculto y, por tanto, disponible sólo para quienes sepan encontrarlo. Y la leyenda es clara en eso: la romana de oro está enterrada.

Para realizar el análisis de la leyenda partiremos de la clave simbólica de la cueva. Grutas, simas, cavernas y demás oquedades naturales han sido utilizadas en la antigüedad como viviendas, santuarios y tumbas. Por ello, José Felipe Alonso Fernández-Checa afirma en su Diccionario de Alquimia, Cábala, Simbología que “en ellas residen los mitos de renacimiento y de iniciación de numerosos pueblos”. Más allá va Juan G. Atienza en el prólogo de Montes y Simas Sagrados de España, cuando afirma que “la caverna ha constituido la base de la penetración humana en el conocimiento prohibido, (...) participa del secreto de la iniciación,” o que “su acceso (está) restringido a quienes aspiran al conocimiento superior”. Para Atienza “su simbolismo primigenio la identificó siempre con el útero materno de la Tierra creadora de todo lo viviente”, por lo que “es la matriz de la tierra, el vientre de la ballena jonasiana, la cueva de los leones de Daniel, el antro sombrío donde el humano debe penetrar cuando quiere integrarse en el saber sagrado que nunca le será revelado ni cedido voluntariamente, sin haber cumplido primero con el requisito iniciático que lo haga acreedor de alcanzar el conocimiento de lo numinoso”.

Estas afirmaciones convierten a las cavernas en lugares propicios para los rituales iniciáticos, conscientes o inconscientes. Atienza afirma que tales enclaves despiertan “reacciones físicas o psíquicas (...). Cuando tal sucede, individuos especialmente sensibles pueden llegar a vivir experiencias que el conjunto del colectivo ni siquiera capta. Y esas experiencias (...) suelen crear estados de ánimo insólitos y hasta pueden llegar a producir sensaciones aparentemente sobrehumanas, estados alterados de conciencia”.

En torno a la simbología de la Balanza, en su Diccionario, José Felipe Alonso nos aclara que ésta “simboliza en la actualidad de forma mística la justicia, la equivalencia, el equilibrio”. Nos interesa especialmente este tercer valor simbólico, aplicable sin duda a cualquier modelo de balanza. Incluso cuando Alonso afirma que la Balanza “representa la correspondencia existente entre el universo corporal y el universo espiritual”, podemos sustituir el término correspondencia por el de equilibrio sin alterar sustancialmente el significado de la afirmación. “Como expresión práctica de la Justicia y del juicio”, la balanza -según Alonso- también “está unida a valorar el bien y el mal humano”.

La obra de Alonso Fernández-Checa también nos va a servir para conocer el significado oculto del Oro, metal que cotidianamente ejerce como símbolo genérico del poder y la riqueza. Este preciado elemento es “uno de los siete metales considerados por los alquimistas”. No olvidemos que en la llamada “Alquimia práctica” el objetivo fundamental era “encontrar la Piedra filosofal que puede transmutar en oro los metales sin valor”. Sin embargo, a nivel esotérico también existía una “Alquimia mística”, que se puede definir como una “forma espiritual para transformar lo malo en bueno, aspirando a la perfección superior”. Elvira Marteles, que afirma que “el oro era la meta” de los alquimistas, advierte que para los filósofos herméticos “las alusiones al oro tenían un significado alegórico” e, incluso, diferenciaban entre el “oro vulgar” (el metal) y el “oro filosófico”. Todo ello nos coloca al Oro como un símbolo espiritual, de pureza, de perfección.

Puestos a atar cabos, nos encontramos con que una Cueva en la que se encuentra enterrada una Balanza de Oro (como es el caso de la Cueva de la Mora, según la leyenda) podría ser en realidad un enclave iniciático en el que se encuentran las claves ocultas que resultan una herramienta eficaz para alcanzar un cierto equilibrio espiritual. Se dice que enclaves de ese tipo hay muchos en el mundo (cuevas, pirámides, templos, montañas, fuentes, monumentos megalíticos, etc.) y que están entrelazados por unas supuestas corrientes de energía que los estudiosos conocen con el nombre de energía telúrica. Una energía que según algunos atrajo a nuestros antepasados hasta esos puntos y los estimuló para construir templos y monumentos. En todo caso, es preferible acudir a la Cueva de la Mora con el propósito de elevarse espiritualmente, en vez de hacerlo con pico y pala para arrebatar al subsuelo los restos arqueológicos que los primitivos habitantes nos legaron y que son patrimonio de todos.


Referencia

  • Autor del texto: Ignacio Garzón González

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