La "muerte aparente" de D. Pedro Gupil de Herrera

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Resumen

Este artículo contiene información sobre la curiosa leyenda que se mantiene a día de hoy en el pueblo de Moguer en la provincia de Huelva. El personaje histórico que generó dicha leyenda es D. Pedro Gupil de Herrera que fue un clérigo de menores órdenes de Moguer. Además de dar los datos históricos recogidos que existen sobre este personaje, se describe la tradición oral que ha ido pasando por todas las generaciones del pueblo sobre la "muerte aparente" y enterramiento en el monasterio Santa Clara de este miembro de la Inquisición española que adquirió mucha importancia en el siglo XVII.

Datos Biográficos

A continuación se añade los datos que aparece sobre D. Pedro en “El vínculo fundado en la ciudad de Moguer por D. Pedro Gupil de Herrera: Una aproximación a su estudio” obra de Sancha Soria y Agudo Fernández.

Lápida D. Pedro Gupil de Herrera

D. Pedro Gupil de Herrera nació en la ciudad de Moguer a comienzos del siglo XVII, siendo imposible recoger la fecha concreta de su nacimiento debido a las lagunas cronológicas que presenta la documentación. De esta, se deduce que era hijo de un Alguacil Mayor del Santo Tribunal, Don Juan Gupil, fallecido en 1644, del cual heredó gran parte de sus propiedades y de Doña Isabel de Herrera, muerta en 1651, fundadora de una capellanía en la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de la Granada. Su profesión era servir en Moguer al convento de San Francisco, pues era clérigo de menores órdenes. El citado convento fue fundado en 1337 por D. Alonso Jofre Tenorio y su mujer, D Elvira Álvarez. La orden franciscana fue instituida por San Francisco de Asís, abogando por la penitencia, la limosna, el perdón, el bien la honra y la bendición. La pobreza de la Orden, que confiaba su subsistencia a la caridad de los fieles, unida a la predicación, al trabajo y a la búsqueda de la paz interior, fue esencial entre las masas urbanas para aceptar la predicación, basada con frecuencia en la imitación y devoción a Jesucristo mediante alabanzas a la naturaleza. Tales acciones motivaron su rápida aceptación entre los moguereños. En el escalafón de la ordenación eclesiástica poseía las menores ordenes, entre cuyas funciones se encontraban la de ser ostia (autorizado para abrir y cerrar el templo), lector (podía impartir clases de teología, filosofía o moral), exorcista (capacidad de conjurar contra los espíritus novicios) y acólito (monaguillo), siendo posible que contara con alguna o bien todas ellas. Entrando en la difícil tarea de bosquejar su personalidad, podemos argumentar que uno de sus caracteres más significativos era la religiosidad, como así lo ponen de manifiesto las cláusulas de fundación del vínculo. Corroborado por su propia condición de integrante de la Orden Franciscana. Y es que la época estaba teñida de una religiosidad exacerbada, donde los rituales eclesiásticos se perpetuaban de generación tras generación. En Moguer estas necesidades espirituales de los fieles estaban atendidas por la Iglesia Parroquial y dos Conventos, el de Santa Clara y el de San Francisco. Consiguió amasar un considerable número de propiedades, cuya fortuna era una de las más considerables de la ciudad. Sus frecuentes idas y venidas por los pueblos de alrededor, por Cádiz y su provincia, pone de manifiesto su continua relación con los negocios en Indias. A esta cualidad se le debe añadir esa conjunción que supone el movilizar la riqueza, entrañando esto siempre un cierto riesgo. No tuvo descendencia ni herederos forzosos, motivando que la testación se produjera a favor de sus parientes más cercanos, sus sobrinos y hermano. Don Pedro debió de ser un hombre muy respetado por sus convecinos, paisanos que depositaban su confianza en él, siendo prueba fehaciente los numerosos nombramientos de albacea testamentario entre personajes ilustres de la población. Su muerte se produjo en la provincia de Cádiz, en Sanlúcar de Barrameda, en Septiembre de 1687, reposando sus restos por expreso deseo en la capilla de Nuestra Señora de la Consolación, en el convento de Santa Clara de Moguer.

En su testamento aparece una cláusula que se refiere a todo lo concerniente al entierro de D. Pedro. Aquí se pone de manifiesto que en el Moguer del Antiguo Régimen el funeral se convertía en una muestra más de hacer valer el prestigio social del fallecido. Si muere en Sanlúcar de Barrameda, como de hecho ocurrió, es su deseo expreso ser llevado a la ciudad de Moguer y enterrado en la capilla propia que tiene en el Convento de Santa Clara de esta localidad. Este hecho es muy extraño si tenemos en cuenta su carácter femenino, que desaconseja celebrar en él unos funerales cuyos oficiantes habían de venir del Convento de San Francisco. Igualmente se produce la multiplicación de la limosna, no pudiéndose olvidar el rígido patronato que sobre el Convento estableció la familia de los Portocarrero, Marqueses de Villanueva del Fresno y Señores de Moguer, que hicieron de la Iglesia de Santa Clara su panteón familiar hasta 1703. De todo ello se infieren dos hechos significativos: el potencial económico del difunto y las buenas relaciones que mantenían con la familia Portocarrero. Durante esta época barroca, antes de enterrar a una persona se debían de esperar 24 horas desde el momento del fallecimiento. Se pretendía acallar así el miedo de los espíritus ante la idea de ser enterrado vivo. Esto es lo que le va a ocurrir a D. Pedro Gupil, ya que pasados unos días desde su fallecimiento, ante los constantes ruidos, se va a abrir su sepultura, encontrándosele tendido en la escalera que comunicaba subterráneamente la sepultura con el Altar Mayor, con lo que se tiene constancia que padecía la enfermedad que responde al nombre de catalepsia.

Leyenda

Este último dato de la muerte de D. Pedro fue el que generó en el pueblo de Moguer la siguiente tradición oral que llega hasta nuestros días. El gran poder y la inmensa fortuna que consiguió D. Pedro en parte se debió a sus malas prácticas, engaños y su abuso de poder sobre las gentes del pueblo, además fue un importante miembro de la Inquisición española. Debido a esta mala reputación adquirida en el pueblo, después de su muerte sus paisanos contaban que Dios quiso castigarle con el trastorno llamado comúnmente “La muerte aparente” (catalepsia). Como era costumbre en la época, tras la muerte le realizaron las pruebas que consistían en colocar la llama de una vela o un espejo frente a la nariz y boca del difunto o colocar un vaso lleno de líquido sobre el pecho. La base de estas pruebas es que, en el caso de la vela, si la llama oscilaba se consideraba que el difunto en realidad estaba vivo, pues era la respiración la que la hacía oscilar. Del mismo modo, basándose en la respiración, se debía apreciar en el líquido del vaso un movimiento o un empañamiento en el cristal. Determinaron su muerte y le dieron sepultura en la capilla del monasterio Santa Clara de Moguer. Tras el entierro y una madrugada mientras las monjas oraban, empezaron a escucharse fuertes ruidos que provenían de la capilla, avisaron al alguacil y tras destapar la sepultura, encuentran en la escalera que comunicaba dicha sepultura con el Altar Mayor el cuerpo sin vida de D. Pedro y signos evidentes de los intentos de retirar la piedra que cubría la sepultura.

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