Tradición vinatera de Rociana
Futuro y tradición de la viña
Pese a la enorme tradición, más o menos novelada, del comercio de vinos a América y el enorme peso de la cultura del vino en Rociana del Condado, la auténtica vocación vitivinícola de este municipio habrá de esperar hasta el siglo XIX, cuando la vid se convierte en auténtico monocultivo de los campos rocianeros. Todo lo anterior se puede incluir en el capítulo de los ilustres precedentes precapitalistas, poco o casi nada asimilables a la actividad transformadora-exportadora contemporánea.
Durante la Edad Media su cultivo está documentado prácticamente en toda Andalucía, ligado a las pequeñas producciones de autoconsumo local (Ladero Quesada, M.A.; 1985). Este carácter perdura en la modernidad inscrito en una economía casi de subsistencia, en la que se especula con la escasez y abundancia de unos productos agrícolas que, no obstante, deben permitir su transporte y almacenamiento en óptimas condiciones. Uno de ellos es el vino, que asiste a una revalorización de sus producciones empujado por una incipiente economía monetaria que actúa como incentivo a la especialización geográfica, identificando zonas de crianza óptimas.
En este contexto, se producen las primeras referencias al vino de Rociana ya en las tempranas Ordenanzas de 1504 para el Condado:
«Otrosí, porque es antigua costumbre que los lugares deBollullos y Rociana llevan a vender vino a las playas y término de mi lugar de Almonte, mando que esta costumbre no se les quebrante con tanto que el tal vino que llevaren sea de sus propias cosechas de los dichos lugares y no otra parte, so pena de perder las bestias e bacija e el vino.» (Galán Parra, I., 1990, 136)
Esta caracterización se acentúa conforme nos acercamos al siglo XVIII en la medida en que es posible ganar tierras al monte o detraer tierras a la campiña cerealística, una tarea ardua y difícil en una sociedad asolada por crisis de supervivencia periódicas. Ésta es la razón por la que el Catastro de Ensenada de 1752-54 sólo contabilice en Rociana 250 fanegas de viña, coincidiendo precisamente en un momento de gran expansión del cultivo, motivado por la demanda de Cádiz|Cádiz, el gran mercado de los productos agrarios onubenses en este siglo y desde donde se reexportaban a otras partes del mundo. Estas escasas 150 hectáreas en la conversión actual de las medidas, mantienen, no obstante, 11 lagares de pisa, con una producción de 2228 reales de vellón de renta anual (Núñez Roldán, F.; 1987, 378).
La verdadera explosión o fiebre de vino llega de la mano de gente extranjera, a finales del siglo pasado, cuando el mercado francés demanda vinos bastardos para la elaboración de sus espumosos ante la ruina de sus viñas por la crisis filoxérica. La alta graduación de nuestros vinos y un ferrocarril bien articulado para darles salida (Ruiz Cepeda, M.; 1996) fueron razones determinantes, además de los factores productivos, para la producción masiva con destino a Francia, haciendo fortuna muchos industriales locales y foráneos y multiplicándose las bodegas y lagares.
Después llegaría a estas tierras, a principios del siglo XX, la filoxera y el mildiu, y la introducción de la variedad zalema, más resistente a esta enfermedad. Salvadas estas situaciones de crisis, las exportaciones continúan masivamente, pero esta vez no hacia Europa, donde se habían cerrado los mercados, sino a Jerez y otras zonas de crianza. En diciembre de 1963 se crea la denominación de Origen Condado de Huelva, que marca el punto de inflexión crítico de la historia reciente del viñedo de la comarca del Condado, que por entonces se extendía por unas 20000 hectáreas.
La entrada de España en la Comunidad Europea y la revisión de la Política Agrícola Común, ya en nuestros días, acarrea consecuencias no favorables para nuestros viñedos. La producción comunitaria es excedentaria, imponiéndose desde Bruselas una política basada en dos directrices básicas: primar la producción de vinos de calidad y, a la par, subvencionar el arranque de viñas.
Antes de aplicarse esta drástica política, labnails históricas 2500 hectáreas de viñedos del término municipal de Rociana habían sufrido ya una merma significativa. La reciente publicación del Registro Vitícola de la Provincia de Huelva (M.A.P.A., 1995) ha aclarado la distribución real del viñedo en el Condado. Según la misma, la ocupación en Rociana asciende a 1230 hectáreas, lo que supone una pérdida de la mitad del viñedo existente hace sólo una década. Y se ha llegado a ello por causas relacionadas con factores estructurales, como el estancamiento de los precios del vino, el aumento progresivo de los costes, el envejecimiento de la población agraria (Carrasco Carrasco, M:; 1994) y otras de tipo coyuntural, como la sequía y la caída de los rendimientos, sobre las que actúa como disparador la referida política agraria desde 1988.
Pero todavía, por su superficie, la vid es el cultivo más importante del municipio, con un 31,5% de la tierra cultivada y un 17,1% de la superficie municipal. No obstante, estamos ante un cultivo en franca regresión, en peor situación respecto a otras producciones:
- Con la nueva agricultura no compite en suelos ni en superficie. La dedicación casi exclusiva que necesitan estos cultivos intensivos en cierto modo se incompatibilizan con la viña, y los mayores rendimientos de los primeros decantan a los agricultores hacia el fresón, hortalizas y cítricos.
- En relación a los cultivos herbáceos e industriales, la vid demanda más mano de obra y labores especializadas no mecanizables, lo que reduce la rentabilidad al final respecto a los primeros, compensando su sustitución. Para colmo, el girasol y determinados cereales vienen siendo repetidamente favorecidos o subvencionados por la política agraria comunitaria.
Por otra parte, la producción vinícola local reproduce los rasgos definitorios de la viticultura onubense: el carácter monovarietal y las explotaciones de pequeña dimensión, que dejan poco lugar para la competitividad. La variedad zalema ocupa 1044 hectáreas, y de las 186 hectáreas restantes, 82 corresponde a la variedad galagraño y 70 a la cardinal; todas ellas se destinan para vinificación.
Al analizar la distribución del viñedo por parcelas y explotaciones comprobamos un elevado minifundismo. El tamaño medio de la parcela de vid es de 0,44 has. y por explotación es de 1,39 has. (M.A.P.A., 1995). Este factor estructural, por sí mismo, no rentabiliza las prácticas agrícolas e impide la mecanización del sector vitivinícola, tal vez una de las alternativas de viabilidad (Carrasco Carrasco, M.; 1994).
Si a ello añadimos que el marco de plantación de la mayor parte del viñedo es anterior de 1956, con un 74% de los pies con más de 40 años de edad y un 94% con más de 20 años, y que desde 1990 no se plantan nuevos pies, se perfila un cultivo en proceso de envejecimiento, muy poco renovado.
A la vista de lo dicho, y a disgusto de muchos, el panorama es desesperanzador no ya sólo a la larga, sino a medio y corto plazo. Y sin embargo, lo curioso, desconcertante y grave problema es que este proceso no parece justificarse en sí mismo, al menos desde un punto de vista de la productividad de las explotaciones. Las estadísticas manejadas evidencian aún unos rendimientos medios de las explotaciones de vid de Rociana, unos 9062 Kg./ha., muy superiores a la media provincial, 6300 Kg./ha. (M.A.P.A., 1995). Nada menos que un 47,9% de la superficie del viñedo en Rociana tiene unos rendimientos por encima de los 10000 Kg./ha.
Teniendo en cuenta esta última variable y de acuerdo con el profesor Carrasco (1994), el proceso de caída en desgracia del viñedo posee un cierto carácter especulativo que nada tiene que ver con el sentido de la iniciativa comunitaria. La eliminación de excedentes es realizable e incluso asumible por la rentabilidad inmediata, pero, a largo plazo, tendrá un coste que pagarán las tierras de origen, mientras que los beneficios se los repartirán otros. La ansiada reestructuración del sector vitivinícola supondrá la eliminación del mercado de las estructuras productoras y comerciales menos consolidadas, incidiendo negativamente en las desigualdades geográficas y sociales.
No obstante, la decisión de no entrar al trapo en esta política agraria permanece aún abierta, como también queda la esperanza y la posibilidad de retomar el futuro del vino desde otra óptica. La solución se encuentra, entre otros, en las manos de los rocianeros.
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