Pasión cofrade en Aroche

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A medida que el Domingo de Ramos se acerca con la prontitud y la esperanza de su palabra, con la procesión de las Palmas y la celebración de la Misa; todos nos vamos sumergiendo en el interior del sacrificio que está más allá de nuestra cercanía humana.

Desde el Templo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, de Aroche, desde este inexplicable lugar de oración y cobijo de fieles, parte ese espíritu incienso como el Cirineo Simón dispuesto a entregar el alma convertida en hombro y apoyar en él, el peso de la conciencia.

Tañen las campanas lastimeras con voz ronca de saeta. Tañen... Frías y pálidas al son de la mano que ciega.

Jesús Ora en Getsemaní, en las Estaciones del Vía Crucis. Martes Santo y tus calles denotan el principio del amargor que nos entrega la derrota.

La tristeza entonces camina hacia la calle Torre Alta donde la sobriedad de su encanto divisa su pesar y en el más estricto de los respetos, sus centenarias cuestas se desviven por dentro.

Cuantas veces esa imagen reflejó su sombra en los párpados marchitos de la muralla y enjugó su pañuelo de luto con el pesar tenue de una noche rota.

Pies descalzos en busca de promesas y luces internas pretenden la paz en la Ermita del Cristo. Oraciones desgarradoras cercanas a la calle Jerez no tienen más eco que su humilde oído. Es allí donde el alma arochena forjó su Fe y encontró su camino.

Es allí donde el perdón se halla impreso en cada paterno abrazo de misericordia. Es la blanca Capilla, destino de lágrimas y posada de penitencia.

¡Cuánto nos has dado Cristo! ¡Cuántos y cuántas en tu humilde paciencia, han henchido el alma encomendándose a tu esperanza!

Cuando tu Madre Dolorosa baja por la calle Santa Clara entre lágrimas de búsqueda y te halla en tu morada, el corazón de quien te acompaña se detiene entre la fuente y la nostalgia.
Es Miércoles Santo: Desde la calle Zizoa y ante la mirada expectante de aquella niña que un día fue madre y te regala mil gracias por el hijo que le curaste, clava sus rodillas en el suelo y no sabe como abrazarte, daría su vida entera por la tuya antes de abandonarte.

Gentes de la Corredera, lo mismo que de la Cota y vecinos de los Risquitos, todos suben y bajan con el propósito de encontrar tu serena mirada. Todos buscamos en ti al salir de nuestras casas; tu bendición para Aroche y la damos como entregada.

Semana Santa, rosas y claveles, lirios morados. Tejas árabes y paredes blancas. Balcones con geranios y primavera callada.

Emociones contenidas despiertan de madrugada. Maderas que son la talla de unas manos que se empeñaron en darle forma a lo que aman. Hombros de nácar para apoyar el peso amargo de la desgracia.

Semana Santa, delirios de azahar con perfumes de quebranto. Corona y Simpecado arrastrando tras su estela un embriagador encanto. Llama de una vela que entre las sombras de la noche languidece en su quimera. Semana Santa, música de palio, musa del poeta que hace de tus clavos la poesía más eterna.

Costaleros, aquellos que en sus espaldas sienten más bello el esfuerzo. Aquellos que en señal de duelo y en forma de reserva anudaban su pañuelo.

Una mirada a su Virgen, a su Virgen de los Dolores y el pulso acelerado sentía mil emociones. Costaleros, cuantas arrugas dejaron marcharse los años y ni el tiempo ha decidido olvidar el corazón que va grabado en cada paso.

Costaleros de hoy, crecidos en el ayer, con los ojos de niño y alimentados en la Fe.

Portadores de ilusiones, esfuerzo de ensayos en semanas anteriores; vais desgranando cada minuto para convertirlo en Oraciones. Costalero, hermano del sufrimiento. ¡Afortunado de ti! ¡Afortunado tu pueblo; por expresar sus sentimientos!

Jueves Santo: El Templo enmudece ante el proclamador y ve como Pilatos en la invisible estafa del agua en las manos, juzga con su voz y preso de Barrabás pone en la cruz un mísero adiós. El Ángel entre sollozos celestiales se entrega y desespera con la ternura perdida en sus alas convertidas en madera.

El Sermón de Pilatos, de clara influencia castellano-leonesa, pasado y presente, gracias a una acertada recuperación por los defensores de nuestras raíces y tradiciones.

Impaciente está el corazón en la inmensa puerta de salida. Silencios y suspiros se entremezclan en la calle Jara.

Comienza el sinuoso discurrir de Nuestro Padre Jesús el Nazareno, cirios y cortejo de hermanos siguen su estela.

Nuestra magnífica Banda de Música dignifica el silencio con pesadumbre de trompeta y tambor de sentencia. La Cruz en su hombro es cargada por los hombros que la contemplan.

Jesús Nazareno, rostro de terciopelo y violeta agonía. En cada trabajadera se describe la Elegía que va tomando forma en el pañuelo de la Magdalena con la sangre de tu vida.

Túnicas moradas y Simpecado con el destilado sabor de rincones exquisitos, hacen de este escenario pintoresco el lugar idóneo para el recuerdo.

Sombrías esquinas y escudos heráldicos mantienen su mirada infinita. Ventanas hermosas y puertas de madera abren sus postigos para mirarle de cerca en las estrecheces del destino.

Sudores de pasión en el desnivel de la calle Artesanos. Por allí sube el madero postrado en su hombro y acariciando el cielo. Por allí sube Jesús llamado el Nazareno, cargando con la Cruz de los pecados y el corazón de todos los arochenos.

Semana Santa de Aroche, Cartel y Pregón. Hermandades de Penitencia Orando en los Triduos. Confesión de Pecados y renovación de la Pascua en el Padre y el Hijo.

Semana Santa de Aroche, Benditos Cofrades que lucharon en silencio para convertir el futuro -entonces incierto- en el hoy que estamos compartiendo con el orgullo de su esfuerzo.

Soledad ante el Llamador, destellos profundos en su emocionado pulso. Responsabilidad y respeto, ante la mirada expectante de la próxima Chicotá. Personaje invadido en la noche por las emociones de su voz quebrada y alentada por sus interiores.

Es la voz del Capataz, ojos y senda del costalero; grito y suspiro con lágrimas de sentimiento. Fuerza que emana con la belleza de sus adentros. Susurros calmados y tempestad de viento: A la voz del Capataz, Aroche se siente costalero.

Celebramos la Adoración de la Cruz en la tarde del Viernes Santo. En ella emerge -también de connotaciones castellano-leonesas- el Sermón de las Siete Palabras y Descendimiento. Altar Mayor del Templo y las cortinas en calma esperan el momento.

Desclavan los Santos Varones sus brazos, sus piernas y su cuerpo rendido ante el calvario. No pueden más que llevarlo al lecho de su Madre abatida por la desgracia y desolada como nadie. En la Urna ya descansa esperando que la tarde procesione entre misterios y Plegarias.

Calle Real y Bellido Valera, empedrada por los siglos y transformada por la cera. Calle sol y calle Moura; reflejo de vidrios rebosantes de pena. Le acompaña de mantilla la mujer arochena.

Calle Rábida y Soledad, dulce es vuestra mirada y la forma de rezar, entre balcones y rejas: Barrotes de libertad.

Yace la noche oscura, sin estrellas, y pastando en su inmensidad la luna. Yace la noche oscura, pálida y yerta, con gesto de amargura.

Calle Real y Plaza de Juan Carlos Primero. Tú pueblo te espera entre sollozos eternos, mientras ve vuestro abrazo del hijo marchito y el llanto materno de la madre que muere con el dolor más profundo, cuando mira impaciente el rostro difunto y te observa y se ahoga en las aguas inquietas de los mares salados que en tus olas penetran.

Y te marchas por la calle Dolores Losada y giras a la izquierda para recorrer la sinuante calle Postigo. La Iglesia va quedando cerca, no sin antes subir hacia la calle Picos de Aroche y apurar la última cuesta.

Ya en la puerta nos dejas y te quedas, te miramos y seguidamente te rezamos. Nos destruimos, y construimos las mil esperanzas bordadas con hilo. Juntamos nuestras manos perfumadas de incienso y cosechadas de trigo. Nos miramos frente a frente y todos comprendemos bajo la tutela del compromiso, que el corazón en ti se reencarna noble y sumiso.

Expira la ilusión entre reproches y nos invade un halo de esperanza cercano y verdadero. Amanece en el crepúsculo con una sonrisa, y en los gélidos e intrépidos suspiros se llena de pasión el caudal de los murmullos.

Ya los arochenos en las calles de la añoranza, inundarán de cera sus piedras invadidos por la Resurrección de la esperanza.


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