La nueva parroquia de Villarrasa

De Huelvapedia
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Antes que nada, debemos conocer algo más sobre el templo parroquial de Villarrasa, solo a modo de información para saber un poco más su historia antes de llegar a la época en concreto de este episodio histórico. Estamos ante un templo mudéjar del s. XIV, construido tras la reconquista cristiana por Alfonso X “el Sabio”, en 1256, del todo el territorio del actual Condado de Niebla. No sabemos a ciencia cierta si se reutilizó alguna construcción anterior de época islámica o se construyeron sus cimientos desde cero. Lo que sí sabemos es que el primer dato escrito que tenemos de nuestra parroquia data de 1362. Dicho año, Gonzalo Yáñez, vende a Juan Jiménez y a su mujer Inés Fernández, ambos de Niebla, dos pedazos de tierra“que son cerca de la iglesia de La Torrezilla, aldea de Niebla”. Lo curioso de este dato no es solamente la fecha, que es bien temprana, sino que se nombra al edificio parroquial rodeado de tierras, en el medio del campo. Sabemos que entre 1575 y 1600 sufrió una remodelación ampliándose su nave central con las actuales arcadas de medio punto, así como las actuales puertas laterales. Según las respuestas del párroco de Villarrasa, Juan Antonio de Mora, al cuestionario del geógrafo Tomás López en 1786, se cita un derrumbe de parte de la iglesia en esos años, de lo que no hay constancia escrita. El citado párroco habla, 200 años después, que tiene noticias de que se cayó la mitad del edificio, hasta su sacristía, destrozándose su archivo parroquial: “...por los años de 1575, día 21 de mayo, víspera de Pascua de Espíritu Santo, tocando a vísperas, se cayó una iglesia desde el pilar del agua bendita hasta el altar mayor, por todas tres naves. Las ruinas cogieron el archivo donde estaban los libros...”. En la década de 1670, cuando se inician las obras de la nueva ermita de las Angustias, que vino a sustituir al pequeño edificio que albergaba la imagen hasta esas fechas, Sebastián Bejarano y los vecinos de Villarrasa que promovieron dicha obra, aludían a una de las razones para la construcción de la citada nueva obra a la lejanía de la iglesia parroquial para los vecinos de aquella zona del pueblo, al estar a las afueras y rodeada de campos, siendo imposible acudir a misa a dicho templo en invierno por los barros que se forman a su alrededor y por los olores que desprendía el arroyo que corría por su puerta principal. Cuestión muy repetida a lo largo de la historia de nuestro templo parroquial, como estamos viendo, la citada lejanía con el pueblo y el estar, como decían, literalmente en medio del campo. Nos podemos imaginar cómo podía ser acudir a dicha iglesia en invierno a misa, en días de lluvia. Todo ello, junto con la existencia del citado arroyo, que hasta hace bien poco, corría sin soterrar, delante de la cegada puerta mudéjar del edificio. Pero prosigamos acercándonos a la fecha de este episodio de nuestra historia. Como ya todos sabemos, y sobre el que he escrito varios artículos, el 1 de noviembre de 1755, se produjo el famoso Terremoto de Lisboa, que afecto, no solo a nuestro pueblo, sino a gran parte de Andalucía. Nuestra parroquia quedó seriamente dañada como así se recoge en los documentos de la época, y como ha quedado recogido en las numerosas publicaciones sobre el tema de los últimos años. Visto los daños por los cabildos civil y eclesiástico, fueron requeridos por los mismos dos maestros alarifes para que revisaran los edificios. Los dos eran religiosos, frailes concretamente, uno del convento de la Luz de Lucena del Puerto y otro del de San Juan de Morañina de Bollullos, los cuales al ver los desperfectos, clausuraron la torre y la iglesia de inmediato. Se habilitó entonces la ermita de la Misericordia como iglesia. Como he citado, se aportan muchos más datos sobre el terremoto en los acuerdo de los dos cabildos, civil y eclesiásticos, para celebrar la fiesta del 18 de diciembre como acción de gracias. Se dice que se sacó el Santísimo de la parroquia y se llevó a la ermita por estar su presbiterio y sacristía ynavitables, el testero de occidente maltratado, su seleberrima y fuerte torre condenada al derribo hasta sus mitades. Las restauración del templo se acometió rápidamente, ya que en 1756 se abonaron 160 reales a Joaquín Herrera, maestro alarife, vecino de Sevilla, por el tablado que se hizo de madera en la torre de la parroquial de este lugar para asentar el reloj. Además, se confirma que se reconstruyó el edificio con prontitud porque en la visita canónica de 1779 se hace constar que la iglesia es de antigua fábrica, y no se habla de desperfectos o daños anteriores. Pero aun así, años más tarde, en 1788, y es aquí donde comienza este episodio histórico, el cabildo civil de la época decide promover un pleito para derruir nuestra actual parroquia y construir otra nueva en la plaza del Altozano, actual plaza de España, quedando el solar de la otra de cementerio. En el informe que se redactó para dicho pleito, con abundante documentación adjunta, se recogen las diferentes visitas y actuaciones que se llevaron a cabo desde la reconstrucción tras el terremoto hasta el inicio de la fecha del citado pleito. En él se hace constar que el 15 de noviembre de 1784, Diego José de Arce, notario mayor de oficio de Fábrica, solicitó informes a las diferentes instancias para conocer el estado de la iglesia parroquial de Villarrasa y poder emprender sus reparaciones. Meses después, el 30 de mayo de 1785, se cumple dicho trámite. El encargado de tal tarea fue Antonio de Figueroa, maestro mayor de Fábrica, y Francisco del Valle, maestro mayor de carpintería del arzobispado de Sevilla, los cuales visitan el edificio, concluyendo que la fábrica es antigua, muy robusta, con desconchados en el cuerpo bajo de la torre, paredes y solería del templo, que amenazaban ruina solo las bóvedas que cubren las capillas laterales, contiguas al altar mayor, de 8 varas de longitud y 5 de latitud, e indica que se derriben por estar sometidas sus regolas, y que se rehagan del mismo estilo, con bóveda de tabique doble. Asimismo, anota que el piso de campanas, que era de madera, debía hacerse de ladrillo. Se recomienda también que se coloque nueva solería y se blanquee con cal de Morón. El importe total de la obra de estas reparaciones ascendía a 1860 reales. Una vez tenida en cuenta esta visita, el cabildo eclesiástico da licencia el 1 de noviembre de 1787 para la citada obra de reparación, y nombra director de la misma a Juan Antonio de Mora, vicario de Niebla y cura más antiguo de Villarrasa. Pero rápidamente el cabildo civil toma la iniciativa, y Teodoro Jiménez, síndico personero del cabildo, anota que se está haciendo acopio de materiales para citada obra de reparación, pero que esta sería perjudicial para el vecindario, y que lo lógico sería construir una iglesia nueva más capaz en la plaza del Altozano, destinando la antigua a cementerio, enumerando las siguientes razones para tal razón: el auge demográfico del lugar, la distancia del templo al pueblo, muy alejado, el constante deterioro del edificio, al no estar resguardado de casas, el peligro del valioso tesoro parroquial al estar situada la iglesia en un despoblado por donde pasan malhechores y contrabandistas que van a Portugal, y el perjuicio que produce el arroyo que pasa junto a ella en los cimientos del pórtico y en sus muros de tierra. Además de todo ello, el argumento legal al que se agarró el cabildo civil de Villarrasa para convertir la antigua iglesia en cementerio responde a una decisión de la corona. En concreto a el capítulo tercero delReal Consejo de Madrid de 3 de abril de 1787, nueva ley por la que se disponía que los cementerios públicos habían de instalarse en sitios ventilados e inmediatos a las parroquias y distantes del caserío. Por último, el cabildo civil a través del citado sindico, propone al cabildo eclesiástico que los materiales del derribo de la torre e iglesia sirvan para la construcción de la nueva. El 28 de agosto de 1788, el cabildo civil, atendiendo al escrito del citado síndico Teodoro Jiménez, solicitó la declaración de testigos, los cuales pasaron ante los miembros del cabildo, hasta un total de 5. El primero de ellos fue Francisco García del Castillo, presbítero y cura segundo de Villarrasa, declarando el 29 de agosto y ratifica todo lo argumentado anteriormente, y diciendo que el templo, por aquel entonces, tenía más de trescientos años de antigüedad. Añadió que el terremoto de Lisboa provocó grandes destrozos, que aunque fueron reparados, dicha restauración fue por encima, razón por la que continúan cayendo materiales de la bóveda en el presbiterio, de ahí que los curas celebren solo misas en los altares laterales. Los demás testigos, Rodrigo Alonso, también presbítero, Juan Eugenio Lozano, Pedro García y Diego de Bayas, labradores, insistieron en lo mismo y apoyaron también la construcción de una nueva iglesia en la plaza del Altozano. El 30 de agosto, Juan Antonio de Mora, vicario de Niebla y cura más antiguo de Villarrasa, remite un oficio al cabildo civil de Villarrasa, anunciando el comienzo de la restauración del templo y notificándole el traslado del Santísimo Sacramento a la ermita de la Misericordia para que se le rinda culto allí mientras duren las obras. De inmediato, el cabildo redacta un escrito con fecha de 1 de septiembre, prohibiendo dicha procesión y el inicio de las obras, empezando las hostilidades entre los dos cabildos. Y así mismo, el 7 de septiembre se dirige en otra carta al cabildo de la Catedral de Sevilla para que cambie de parecer y reconsidere la construcción de la nueva iglesia. El 9 de octubre, el vicario de Niebla insiste en el traslado del Santísimo y el inicio de las obras. Aquí suceden los hechos más curiosos y singulares de este acontecimiento. Al día siguiente, 10 de octubre de 1788, el ayuntamiento suspende de nuevo el inicio de las obras, bajo pena de 20 ducados de multa y cárcel de varios días para los clérigos que asistan a la procesión y a los obreros que se presente en la obras de restauración. Y al maestro de obras deciden encarcelarlo o echarlo del pueblo. El 13 del mismo mes, mandan otro escrito al cabildo catedral ratificando el anterior. El cabildo catedral contesta reiterando la falsedad del asunto y ordenando se realice la procesión y la citada obra, y para ello manda que visite la fábrica de la iglesia el maestro Fernando Rosales. Dicha visita tuvo lugar el 29 de noviembre de 1788. Indicó en su informe que la iglesia necesita ahora más obras que cuando la visitó el maestro Figueroa. Hay que hacer de nuevo las bóvedas laterales y el piso de las campanas. Dicho informe dijo que el edifico tiene 585 varas de largo y capacidad para 1755 personas de confesión y comunión, sin incluir la capilla sacramental y la tribuna ubicada a los pies del mismo, sobre la puerta principal y parte del coro. Concluye resaltando que la iglesia está en un extremo del pueblo, rodeada de casa y corrales, donde moran solo 7 vecinos, sin contar las gañanías (fincas rurales de albergue de animales). Ante estos avatares y viendo la negativa del arzobispado a acceder a tal petición, el cabildo civil acuerda el 10 de diciembre de 1788 llevar el asunto ante el Consejo Real para que dirima en este pleito y busque la solución. En dicho consejo el cabildo eclesiástico rebate la declaración de los citados testigos y la postura del cabildo de Villarrasa, argumentado que quieren una distinción que nunca han tenido, y mayor que la de otros pueblos de su esfera. Se pone el ejemplo de la idéntica situación en la que estuvo Villanueva de los Castillejos en 1780, pero Villanueva de los Castillejos era una villa, y Villarrasa es una mera aldea”. Curioso cómo se impide la citada pretensión del cabildo civil de nuestro pueblo aludiendo a su estatus de aldea, a la que no se le permiten estas distinciones. Un pueblo que por aquel entonces gozaba de una población en torno a los 1800 habitantes, muchos más que otros con el título de villa, y con una economía pujante apoyada en el desarrollo que la viña y la producción de vino tuvo en esta época. Podemos decir que quisimos ser grandes y nos lo impidieron. Así, ante esta situación, la decisión fue tomada, y el 7 de octubre de 1790 el Consejo Real da resolución y puso fin a tan enojoso pleito, diciendo: Mandamos que siendo requerido con esta nuestra carta, no impidáis de modo alguno la execución de dichos reparos”. El Consejo Real se decanta por la opción del Arzobispado de Sevilla, impidiendo el anhelo del cabildo civil. Se recibió la carta del Consejo Real el 5 de diciembre de 1790, aceptando la orden del rey, pero haciendo constar su disconformidad con los alegatos presentados por el cabildo eclesiástico ante dicho consejo. Así, se acomete la restauración de este antiguo edifico mudéjar en la última década del setecientos. En dicha restauración de finales del XVIII, se colocó el coro al final de la nave central, quedando clausurada la puerta principal y original del templo, que está hoy día los pies de la iglesia. Esta portada original, de sencillo formato, es obra del siglo XIV . Otra de las características mudéjar de este templo que aún perdura es el ojo de buey sobre la puerta principal. La decoración de las otras dos puertas son de finales del s. XVIII, posteriores al terremoto de Lisboa y realizadas posiblemente en la citada restauración. Están emparentadas con las puertas barrocas de los templos de San Juan del Puerto y de los templos de San Pedro y la Concepción de Huelva, ejecutadas todas entre 1787 y 1792 por el arquitecto diocesano del arzobispado de Sevilla, Antonio de Figueroa, el cual sabemos que visitó e informó sobre las obas que necesitaba la parroquia de Villarrasa en 1785. El Consejo Real y la negativa del arzobispado de Sevilla acabaron con las pretensiones del cabildo civil de nuestro pueblo y de sus vecinos de construir una nueva iglesia. Edificio que hubiera modificado por completo la visión que hoy tenemos de Villarrasa. Una iglesia en el centro del pueblo, en el lugar que hoy ocupa el lugar de esparcimiento por antonomasia de los villarraseros, la plaza de España, y un cementerio, en el solar de la actual iglesia parroquial, que hubiera cortado el crecimiento del pueblo hacia el norte, hacia el río Tinto, impidiendo el desarrollo de calles y zonas nuestra localidad. De ahí radica la peculiaridad de este episodio, que repito, pudo cambiar la fisonomía actual de Villarrasa. Sirva de ejemplo de cómo la historia y sus acontecimientos pueden influir en el devenir y el patrimonio de un pueblo.


Autor: Venancio Javier Robles Ramos

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