Fiestas de Berrocal

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Berrocal es un pueblo tranquilo, hospitalario, sencillo y limpio. Sus mujeres aún continúan, como antaño, en las horas frescas de las mañanas, saliendo a barrer la puerta, y si la ocasión lo merece, a regarla, manteniendo antiguas calles de piedra y tierra. Bien encaladas sus fachadas y pintadas sus ventanas y balcones, este pueblo no destaca por contar con un patrimonio histórico-artístico monumental, pero resulta emblemática, especialmente para sus vecinos, la iglesia parroquial de San Juan Bautista, del siglo XVII. Su estilo es renacentista, aunque ha sufrido modificaciones posteriores de corte neoclásico.

Otro edificios de especial significación son su Ayuntamiento, de fines del siglo XIX, recientemente remodelado y sus dos populares ermitas de la "Santa Cruz de Arriba" de la "Santa Cruz de Abajo", llenas de significación y verdaderas protagonistas de la entidad cultural del pueblo.

Pero si de algo se enorgullecen los berrocaleños es ciertamente de sus fiestas y de su hospitalidad. La más singular de todas ellas son las Cruces de Mayo. Parece ser que el origen de las mismas es anterior a 1700, y hay que rastrearlo en la antigua hermandad de la Veracruz, aunque la creación moderna de las dos Hermandades data de primeros de siglo.

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Estas fiestas tienen lugar en el interior del pueblo y vienen a coincidir con el primer domingo de mayo. Durante cinco días el pueblo vive una alegría y tados. Ya desde semanas antes todos los vecinos han comenzado a acicalar sus casas y a preparar las viandas con las que obsequiar a los amigos vecinos e invitados a la fiesta grande. Se sacan las mejores chacinas de la matanza y se piensa en preparar el «costo» o comida típica berrocaleña. Mientras, las dos Hermandades, en un respetuoso «pique» y por separado, buscan las mejores bestias y preparan los «jatos» o monturas y aparejos enjaezados con bordes y filigranas de origen árabe con que vestirlas. Se comienza también a decorar la Cruz, jóvenes y mayores participan y ponen todo su empeño en engalanarla. Se trata de poner- la más «bonita» que la rival.

Este concepto de «pique», que nunca va más allá de pequeños roces entre vecinos, forma parte de la gracia que los berrocaleños dan a la festividad, jugando un papel trascendental en el mantenimiento de las fiestas. El afán de superación se hace patente año tras año y desemboca en un mayor atractivo y emoción para todos los participantes del acontecimiento.

El viernes, el día de San Felipe, es la víspera, y ya se anuncia la fiesta. El sábado es el día del romero, donde las bestias, dos mulos o mulas, enjaezados y arreglados, van al campo a cargar el romero. Más tarde, los mozos de «bandera», con los estandartes de las Hermandades, procesionan hasta el lugar donde esperan los animales cargados para clavar la bandera en lo alto de los haces de romero. Luego se vuelve hasta la ermita entre vítores y brazos en alto. Se procede a la ofrenda y se lleva a cabo el traslado de la Santa Cruz hasta la iglesia. Entre tanto, la multitud de visitantes que ese día se da cita allí, asisten perplejos y entusiastas a una devoción que, entre vivas llenos de fervor y al son del romerito, componen coplas que reflejan el pique entre ambas Hermandades.

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El domingo es el día solemne de_ la Cruz, donde, tras la celebración de la eucaristía de Hermandad y en procesión por todo el pueblo, con el lucimiento de las mozas de la fiesta, que se han preparado ese inmemorable día con lujosos trajes de ceremonia, se procede a devolver el Símbolo a su ermita.


El momento de la recogida es uno de los más trascendentes, cuando los berrocaleños, hermanados en cada Cruz, con emoción, no cesan de lanzar «Vivas» hasta su recogida final. Así, cada Hermandad, que ha respetado escrupulosamente su sector y horario, vuelve a sus salones a festejar el éxito obtenido. Pero, todavía, para los berrocaleños la fiesta no ha terminado, porque en el lunes,_ el día del lobo, se come carne, aunque ya el martes,_ el día de la zorra, sólo quedan «habas zapatá».

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