El alma de la sierra de Aroche

De Huelvapedia
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Tan acostumbrados estamos los lugareños de ésta joya natural, como es la sierra de Aroche, que a veces -en ocasiones- no percibimos todo el aroma que exhala cada rincón primoroso que el silencio de los siglos nos oculta en algún lugar de nuestra ignorancia. Tan acostumbrados estamos a la libertad frondosa de los verdes paisajes externos a los barrotes de la urbe acechante; que posiblemente nunca nos sintamos lo suficientemente dichosos porque algunos se empeñan en creer que siempre estará demandando la caricia de nuestras manos especuladoras. El ciclo vital de su corazón va unido inexorablemente al frágil y delicado pulmón, del cual se alimenta para subsistir de todas las arrogancias que en una época de distancias cortas le ha tocado vivir.

No olvidemos que el paisaje y el paisanaje: a base de ternura, tesón, trabajo y respeto mutuo, crearon esa simbiosis para entregar impoluta la herencia que parcialmente nos ha tocado legar, para que comprobemos sobre el espejo de las aguas mimosas de fuentes y arroyos, donde el caudal de sus vidas cristalinas hacen soñar todavía a las raíces que esperan ansiosas el murmullo de sus riquezas. Desde tiempo inmemorial fue así, adaptándose a lo abrupto de las circunstancias y considerándose desposeída de las expropiaciones humanas. Que nunca la nostalgia nos tenga que acusar ni someternos a la terrible añoranza cuando nos falte el trino melodioso que su entorno nos regala cada día al despertar.

Crecimos como personas, amparados en los senderos caprichosos que sus sinuosas estribaciones nos ofrecían, divisando como el asiduo lector cada frase de ese libro inédito que plasma su texto en la ingenua mirada de aquella infancia que retiene con nitidez el contraste de colores en el horizonte y que en el ayer perenne, forjó al hombre que supo hacer del nido-hogar otra experiencia nueva. Y siempre fue así. Los abuelos, los padres, los hijos... La cal impresa en coquetas fachadas de viejas casas, ajenas a la esfera de las agujas que acompasadamente dictan el transcurrir de los tiempos.

El alma de la sierra de Aroche siempre nos dice algo, siempre nos habla bajo el auspicio de la historia y la leyenda, y se engalana en cada estación del año -de los años- al antojo de sus posibilidades, y las suyas son infinitas. Nunca la mano del hombre pudo hallar el pincel para posarse sobre el lienzo delicado de su hermosura, ni tampoco con la pluma pudo derramar en el fértil terruño, la tinta que transmite interioridades profundas a través del exquisito verso. Basta con sentir lo que la palabra dice cuando calla.

Bastaría con entregarle nuestros mimos para sentir que aún sabemos de su importancia. Seguramente sería una forma de dar a conocer lo que a veces hasta nosotros mismos desconocemos. Pero no olvidemos que en este lugar -bendito lugar- existen pajarillos que pueden volar porque aún existe el cielo, animales que pueden caminar porque por lo pronto no se lo impide el insensible hormigón gris y devorador, ni el saturado asfalto. Y brillan estrellas en la noche porque las chimeneas que poseemos son aquellas que en invierno perfuman nuestras calles de hogares cálidos. Todavía huele a pan de pueblo, a gente llana, a corazones humildes: Todo ello en nuestra tierra, la tierra que nos hizo diferentes... ¡Todo ello está tan cerca! ¡tan cerca y tan adentro de nuestra Sierra!


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