El Ataque al Lobo

De Huelvapedia
Saltar a: navegación, buscar

Hasta los dos primeros tercios del siglo, el mayor temor del hombre del campo era la presencia y el acoso del gran depredador: el lobo. Aunque las rapaces atacaran el corral y el águila imperial o el búho real hicieran lo mismo con el ganado, sólo la apariencia grisácea de estos mamíferos carniceros, socialmente organizados en manadas, lograban aterrorizar al hombre. Al caer la noche, sus aullidos rompían el silencio oscuro desde La Vicaría a la Agudita. Zufre contaba con importantes colonias de buhos reales que anidaban en "las freagas", peñas y terrenos escardados provocados por el paso del agua, y del Arroyo del Rey y de los Barrancos de los Pilones y del Rombo. A algunos cabreros aún le retumba en los oídos el terrible balido, procedente de las alturas, de un chivo y que había atacado por un buho real que se amparaba en la oscuridad de la noche. La carne de este ave, hoy protegida,era muy apreciada por los hombres del campo. Su forma y tamaño recordaba a la del pavo.

ACOSO AL GANADO

No obstante el depredador por excelencia y terror de los hombres del campo era el lobo, que diezmaba las piaras de cerdos y los rebaños de ovejas y cabras. Las manadas de lobos atacaban y mataban sin cesar cualquier ejemplar que encontraban a su paso. Las densas y oscuras sierras de Zufre_La Solera, La Romera, La Vicaria, La Sierra de las Cabras, etc.- Llegaron a contar con familias de seis o siete lobos por cada una de ellas. En los años 40, el ataque de una "lobá" -grupo de lobos- acabó con el sacrificio de 40 borregas en la finca "Aguafría". En este mismo decenio, otro ataque acabó con la vida de siete cerdos en la finca "La Parrita". Los mulos, burros y otros animales de carga eran rodeados y fatigados hasta que los lobos encontraban el momento de atacar por detrás, llegando a contar y devorar con sus afilados dientes las extremidades de la parte posterior del animal mientras éste se hallaba aún vivo. El ataque de los lobos a las vacas rara vez si tenía éxito, exceptuando las que se encontraban muy débiles. Los terneros eran la presa preferida de su acoso; si bien la madre, nada más advertir el peligro, daba un balido para advertir al resto del grupo y que el ternero contaba con la custodia inestimable de su madre, resultaba muy difícil que el lobo tuviera éxito en su empresa. No se conoce ningún caso en el que estos animales carniceros eligieran al hombre como presa, aunque sí se ha dado el caso de largas persecuciones a una distancia prudencial cuando los lobos se encontraban hambrientos. También se conocen historias e enfrentamientos entre ambos cuando los lobeznos se encontraban en peligro.

SALTALOBOS

Al anochecer, el ganado debía ser obligatoriamente encerrado en sus recintos para protegerlo del ataque del lobo. Aquel animal que se perdía y que a esas horas no se encontraba con el resto era una presa segura. Marraneros y porqueros, cabreros, vaqueros, guardabellotas y otros trabajadores del campo debían salir muchas noches provisto de antorchas a hacer candelas para ahuyentar al lobo y buscar a los animales extraviados. El hombre defendía al ataque del lobo con la instalación de los denominados "saltalobos", cuerdas atadas a los arboles y situadas a media altura de las que se colgaban trapos. La astucia del lobo le jugaba en este caso una mala pasada pues, al intuir un posible peligro, rehuia pasar bajo las cuerdas. Asimismo, las fincas contaban con perros para hacer frente a los lobos. Los canes estaban protegidos por "la sarma", collarín dotado de púas de hierro que protegía el cuello del animal del ataque del lobo.

EL EXTERMINIO"

La última presencia conocida del lobo en la villa de Zufre se remonta a los años 70, cuando en una montería celebrada en la Sierra Vicaria se abatieron cuatro ejemplares, aunque llegaron a verse cerca de una veintena. El uso indiscriminado de carne envenenada en los años posteriores acabó con su presencia en los bosques mas oscuros del término de Zufre, asestando un golpe mortal al ecosistema de la zona.El relato de estas historias es lo único que hoy queda, como un aullido del pasado.

Articulo de Diego A. Velázquez Mallofret, publicado en el libro de festejos del año 1995

Principales editores del artículo

Valora este artículo

1.6/5 (8 votos)