Civilizaciones de Aroche

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Bases del concurso




“El Castillo Fortaleza y la impresionante Iglesia catedral de Aroche han sido testigos de muchos avatares en el transcurso de la historia. Estandartes de sus callejuelas, quien mejor que ellos para reflejar lo que sus ojos ficticios hayan podido observar a través de los siglos. Es un cambio de impresiones entre ellos, es una Oda al respeto y al cariño que este monumental Aroche ha dejado como patrimonio para que todos disfrutemos de su legado”


CIVILIZACIONES Y SENDEROS

I
Yo soy glorioso castillo
me separa quizás el tiempo,
pero iglesia y yo nos entendemos
aunque todo es bien distinto
cada día indagamos
en lo más hondo del infinito.

Yo inmensa señora,
catedral de los suspiros
y en el crepúsculo compartimos
vivencias de cada segundo,
que van dejando en las piedras
lo que somos y lo que fuimos.

La verdad que ante mis ojos,
antes de nacer siquiera;
batallaron por mis costumbres
raíces extintas y yertas,
que yacen sobre la tierra
al son de campanas eternas.





II
Yo tuve de novia a la reina
¡qué años! ¡cuánta osadía!
orgulloso de mi estampa
del valor y la gallardía,
de una extraña cultura
perenne en la evolutiva.

Todas las puertas inmensas,
granito y mármol también se unieron
y al compás de rígidos brazos
como si el mundo fuese un templo:
llenaron de luces las sombras,
llenaron de siglos el tiempo.

Las distancias nos alejan
pero lo nuestro es estar cerca,
compartimos las miradas
los recuerdos del silencio.
Pero allí donde estuvimos
es el evo del misterio.

¿Recuerdas el vacío de los caminos?
Ni huellas del viento había
cansados de esperar a tantos
e impacientes cada día,
se hallaban dos locos románticos
esperando toda una vida.

La soledad no fue una amiga,
más bien una triste compañera.
Sentirse fuerte y no hacer nada
tener cien manos y no tenerlas.
En la oscuridad de nuestras grandezas
no fuimos cobardes, pero si veletas.





III
¡Hoy todo se ha vuelto tan blanco!
cada almena de mi cuerpo
vio nacer algo: vi nacer esas murallas
con sudores de mármol,
y aquella ermita que tiene
una ciudad delirando.

Y cuantos escudos grabaron
en paredes de cal y canto,
que hoy duermen callados
con el peso de los años,
y no miran ni hacia abajo
por miedo a perder su encanto.

En verdad como cambiamos
consuelo y dicha ante los recuerdos.
También de oscuras tejas
osaron vestir mi techo,
eran oscuras estrellas
que daban sombra a mi lecho.

IV
La almena esta cambiando
pierde forma y vigía.
¿Te das cuenta qué está triste?
¿Te das cuenta qué vacía?
Tiene la mirada perdida
en el infinito de los días.

Es que la vieja Awrus
la dejó exenta y marcada,
la enamoró su nombre,
su belleza de entonces,
cuando desafiaba al enemigo
cien veces más fuerte.




Yo cada vez que inclino mis ojos
recuerdo el paso de un reino.
Los inmensos valles que baña el chanza,
los arcaicos molinos sedientos de agua.
Norias pobladas de herrumbre
cansadas de hermosas palabras.

Verde es todo en la mirada
si fijo mi torre hacia el frente,
y bajan por la ladera
ejércitos de manantiales
saciando de luz y colores
balcones y calles sombrías.

¿Y el puente los pelambres?
casi subterráneo desde arriba,
va gimiendo con fuerza
contra el peso y desafío
de los que inventaron las anchuras
y estrecharon los caminos.

Siempre que le visitan
sus tiernas arrugas y canas
la tez le va cambiando
y viste sus mejores galas:
cuando los siglos despiertan
al sentir de las batallas.

V
¡Cuánto entusiasmo en tus ojos!
narcisismo en tu plante
y vas deshojando las flores
del marchito delirante.
¡Cuanto derroche nos dejas
en tu afán de conquistarte!





La cilla llena de embrujo
otra torre para mirarte,
y en las alturas divisa
los sueños de quien retuvo,
la villa antaño sitiada
por los márgenes de un muro.

¿Recuerdas con qué premura
lucharon aquellos valientes
por las tierras y fortunas,
las fronteras y los reinados,
qué acariciaron aquellos hombres
en noche de luna oscura?

Y aquella ciudad Turóbriga
cuando la diosa Ataecina
cuidaba con celo y esmero
a todos los que habitaban su foro,
y derramaba siempre unas lágrimas
intuyendo lo que pasaría luego.

VI
Tú y yo sin materia viva ni huesos,
ni brazos que se nos pudran
cómo el estiércol en el suelo.
Sin aquellos que nos recuerden
por ser cobijo y consuelo.
Sin aquellos que nos dieron forma
para ser ejemplos eternos.

En los alfares descansan los barros
¡cuánta enseñanza de color y misterio!
allí donde se entusiasmaron los dedos
en buscarle enemigo a las aguas,
para que ellas se abrieran paso
entre corrientes y casas.




Repobladores castellanos.
Ábsides y pinturas murales.
Escenas pictóricas desafiando
a los tiempos y sus inclemencias.
Siete ermitas que conocimos
y nos fueron regalando visiones
de asentamientos mudéjares y góticos.

Zócalos de clara raigambre
siempre presente en culturas.
obras romanas de ensueño
que hicieron realidades los templos;
vistiendo de alma sus arcos
y de imágenes los sueños.

VII
Ya te dije en tu fortaleza
de la historia lo divino,
desgranamos la sonrisa
de los que mantienen vivo;
el deseo del recuerdo
por recuperar lo perdido.

Tú también en tu templo
encontraste mi presencia
y en silencio pudimos cobijarnos.
Nos mantuvimos al margen
de los que preguntan en la calle
por nuestros nombres y detalles.

Mientras nosotros inmersos,
sumergidos en el trasfondo
conocimos al bello Arucci
emergiendo desde el cielo,
para llenar nuestras raíces
de civilizaciones y senderos.

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