Misterios y Leyendas de Cumbres Mayores

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Misterios y Leyendas de Cumbres Mayores

Las Bramaeras de Cumbres Mayores

En Cumbres Mayores, desde muy antaño se viene transmitiendo de generación en generación, la leyenda de las Bramaeras cuando se pretende intimidar o amedrentar a alguien.

Cuentan las lenguas antiguas, que las Bramaeras eran personas que se cubrían con una sábana u otro atuendo de color blanco, imitando la aparición de un fantasma, y que solían hacer presencia con la caída de la tarde causando pavor y pánico entre los vecinos de la localidad que durante esas horas se refugiaban en sus viviendas. Con su aparición las Bramaeras pretendían que no hubiera alma alguna por el municipio y poder cumplir con su objetivo, el encuentro con su amante. Se disfrazaban de Bramaeras aquellas personas que mantenían relaciones extramatrimoniales o que, simplemente, no se consideraban bien vistas.

A continuación, la anécdota de un vecino ante la presencia de una Bramaera:

La Bramaera del Montechico

Aun resonaban los estridentes tintineos de los tradicionales villancicos en el lejano hipermercado, aun rezumaban mis angustiadas pupilas imágenes de los interminables atascos, aun transpiraba mi ser las incontables horas de frenéticas compras navideñas, cuando desperté de esta urbana pesadilla acogido por el silencio secular y redentor de El Prao.

Una tenue, apenas perceptible, lucecita dejaba entrever el mosaico de la virgen de La Esperanza tras la maraña de ramas de los olmos que la franquean, cuando pasé junto al pozo. Me dirigía a La Cruz del Altozano resbalando, más que andando, y perseguido por el sonido de mis propias pisadas. Iba envuelto en una neblina espesa, cerrada, penetrante, que dibujaba halos arco iris en cada bombilla del alumbrado público como si de astrales siluetas se llenase la noche. Un pequeño canalillo de agua discurría inconstante por las piedras recogiendo la condensada humedad de unas paredes verdes, otrora blanqueadas al calor del corto verano.

Llegando a la plazoleta de la cruz, los faroles, encendidos al tresbolillo, alargaban la silueta de la antaño fuente hasta solidificar en la densa bruma invernal un fantástico animal mixtura de grifo y dragón. ¿La bramaera? Cuanta pamplina, pensé. Imaginar es barato.

Seguí adelante. Mi destino era el casino de El Altozano. Paré un segundo ante la puerta marrón entornada. Me preguntaba por que debajo del postigo se encontraba una de esas antiguas planchas publicitarias de Mirinda con un jovial payaso abrazando una botella de refresco clavada a fuer de practicidad y nula estética. No tardaría en encontrar una plausible repuesta. Seguro que resguardaba el boquete salido del malparto de una olvidada noche de juerga y borrachera. Tras la puerta entreabierta, a penas un paso, el mostrador.

Escolástico me sirvió una cerveza rubia con una tibia tapa de menuo estoqueada por un palillo a modo de asidero. El olor, el humo, incluso el tono de voz de los contertulios encajaban como piezas de un rompecabezas, tanto, que sin esfuerzo se percibía el sonido del platillo del botellín tintinear al caer al suelo.

Distante, en un lado de la barra, me apresté a dar cuenta del menuo en tanto esperaba a mi primo Juan. No pasaron ni dos minutos, cuando una jocosa conversación que provenía de uno de esos veladores de tijeras pintados por enésima vez con pintura de Faro Verde del fondo del local, atrajo mi atención. Con el disimulo forastero del elefante que entra en una cacharrería, me acerqué al otro lado de la barra para oírla mejor. Los interlocutores aun apercibiéndose de mi desafortunada mudanza ni siquiera hicieron el más leve mohín y continuaron su distendida plática:

Chacho que panzá corré. Te vi a contá lo que me pasó un inviehno d’estoh de vendavales y niebla. Estaba toa la noche llueve que ventea y a eso de la nueve que yo había acabao de comerme un sarmorejo con un cacho sardina, me ice mi padre...

— Anda en cata Er Lapi a en ca Er Tumba y le iceh que si mañana está lluviendo no le vamo a llevá lo borrego, no vaya a quearse el hombre arrecío esperándono en er cercao.

Dicho y jecho. Salí de casa en cuanto escampó una mihina y tire p´arriba por la calle Colón. Er vendavá había estrumpío la do o tre bombilla que recorgaban der platillo de loza dándole bambionazo contra er hierro enguruñao que la sohtiene. Totá... que no vía un pajote.

Digo..., po yo no me guervo p´atrá. Asin que, como pue, pasé der llano El Amparo jasta er medio la calle Colón ande la luce der cuarte de la Guardia Civí alumbraban una mihina. Pero en llegando a La Cru, no me vía ni la mano, chacho. Entre la niebla que se encajó de momento, el aire que se había echao y los farole de la cru que lo había fundío er vendavá, aquello estaba ma escuro que er carbón.

Tenteando, y a pique de pegarme un hardazo, fi a da a la esquina de Gabrie er de la carpintería. ¡Chacho¡... me guervo por que veo una lu por er rabillo er ojo p’ai par Montechico, cuando me entalló una bramaera con una capa larga blanca, una cara de calavera y una espá de fuego en la mano.

¡Oh que mieo!... apreté er mohíno y salí exmanchao d´allí ante de que me sacudiera er tamo, con una rejilina que paecia que tuviera alehne en er culo. Tire pa la calle La Fuente y mientra me gorvía pa ve si venía, la vide corré pal Montechico rechinándole la pisá y esperriando por toa la calle la chispa de la espá.

Estaba to desemblantao. Pegando bote de canto en canto la calle La Fuente abajo, por que no se vía un pelo, me fi a da con lo berfo en la esquina de la calle El Amparo. Yo ya no miraba ni p´atrá. Con toa la calle halaga, me puse to percudío y me arrecarqué una mano contra un hastiá por que pisando una moñiga de vaca caí ar suelo roando como un boliche.

Me arrecuqué y pensé... ¡Ya cayó!... ¡Ya cayó, er tío!, pero... no. Me levanté como pue miré p´atrá y... niebla. Vi la lu de la esquina de Tarache. No barruntaba a naide. Dehpué der vendazo, tenía lo pelo como er moño una cotulía y er cerullo a la puerta. No se lo que me pasó por la chinutra que empecé a escurcarme lo borsillo pa ve si encontraba la chisquera de gasolina pero estaba toa defandungá der hardazo.

Yo era mu farote, mu farragua, pero tenía una java mu güena; ansin que en el inte salí de estrampía en cata la lu y llegué ante de sonarme la bigonia. End´allí ya vía mi casa, pero la puerta estaba afechá. Le metí un arrempujón que rompí la tranca entrando en casa con tan mala suerte que metí er pie en un cuezo de pucha que tenia mi madre pa lo chorizo y sarpique la calamocha de la paré. Mi padre se levantó y me abarqué a er mientra le contaba lo que había pasao.

Er... to era decí: ¡Joio cascabullo¡... ¡Joio cascabullo¡... tu está hilando. Mira que ve bramaera. Ande s’a visto eso.

Mi madre me dio un vasino d’agua de Carabaña que guardaba en er chinero y le dijo a mi hermana:

— Debrueca la pucha que quea en la tinaja.

Ar día siguiente me levanté aguao, pero dehpué de arrecadar los borrego me fi con er guarda de La Hesilla a coge gurumelo. Habían mu poco, casi to eran josefita.

Aquer callao y arrebuscando... y yo to era darle guerta a lo de la bramaera. Y guerta otra ve a la bramaera. Hasta que me digo... le vía contá a este lo d‘ anoche y asin me quito er peso d´encima. Se lo cuento con pelo y señale y me dice...

— Con que bramaera...¡ Eh¡.¡Que bramaera ni que niño muerto¡. Menuo susto me diste anoche pegando voce. — Me suerta.

— ¿Y qué era tú...?.

— Que sí hombre, que sí... que era yo que venía de ve a la novia y como estaba chispeando, mi suegro me dio un hule blanco que tenía en casa pa que no me pusiera chorreando.

— ¡Anda ya!... Pero si tenía una espá de fuego y to.

— ¡Espá de fuego!... tu si que está hecho una espá de fuego. Lo que llevaba era una tea pa pode ve.

— ¡Si hombre!... y la calavera.

— La calavera...¿Qué calavera, so joio tonto?... la luz de la tea en la cara.

— ¡Qué no, hombre!... Como va a se tu si cuando salió exmanchá pal Montechico se llenó toa la calle de fuego.

— Po no va llenarse la calle de fuego, si der susto que me diste jundeé la tea y esperrié toa la chispa por medio la calle.

— Asin decía yo que no venía detrá mía la bramaera.

— ¡Joio cascabullo! mira que la que liahte anoche. Yo le dije a mi suegro que m’ habían querío robá y el pobre hombre me dejó dormí en casa mi novia con la burra.

Asin que cuando vaya a salí p´arriba m'avisa.

Una sonora carcajada cerró el relato poniendo broche de oro a lo que se antojó horrible pesadilla. Ambos interlocutores levantaron al unísono un buen chato de pitarra a modo de brindis final, en el ínterin que mi primo Juan había llegado y, de forma apresurada, me conminaba a salir del casino porque tenía que ver a no sé quién.

Abriendo la puerta volvimos al fantasmal lienzo de niebla y pisando la silueta de dragón de la neblinosa fuente nos encaminamos hacia la calle Los Abades. No habíamos dado los primeros pasos cuando un fulgente resplandor nos paralizó. Un instante duró la visión, los dos, aturdidos, vimos como aquella espectral luz ascendía parsimoniosa por El Montechico hasta desaparecer a los pies del castillo. ¿Quién dice que no fue La Bramaera?. Otros muchos la han visto cuando en las brumosas noches de invierno se encarama a las almenas del castillo y brama sin cesar para adueñarse de los sueños de tantos que fueron y serán.

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