Los primeros baños en Mazagón

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Difícil es precisar cuándo esta moda de los baños de verano comenzó a hacerse norma, parada estival, para aquellos rocianeros que podían permitírselo, pero con casi seguridad podríamos situarlos en los primeros años del siglo XX o los últimos del XIX. Así lo atestiguan los mayores del lugar, a quienes traían sus padres y/o abuelos.

Gracias a la relajación de las tareas agrícolas asociadas al monocultivo del viñedo en la estación estival, llegaron los primeros rocianeros y bonariegos a la bella costa de las playas de Arenas Gordas. Pocas eran las familias que venían de las tierras condales: siete u ocho de Rociana y Bonares, dos o tres de Lucena y una o dos de Niebla. El primer lugar donde se ubicaron fueron las mansas arenas de El Loro, coronado entonces por un viejo cuartel de Carabineros y, en sus orígenes, los navegotes portugueses y leperos que se dedicaban a la pesca de bajura. Aún queda el recuerdo de Joaquín el de la Barca y su hermano, símbolo de los últimos pescadores de estas costas de Mazagón.

Aquellos primeros rocianeros que podían acercarse al mar de Mazagón, ya preparaban lo necesario para su estancia veraniega. Los hombres cortaban palos de los pinares, conocedores antiguos del viejo procedimiento para hacer chozas, y recogían cuerdas, alambres, algunos clavos, únicos elementos para convertir en estancia temporal sus viviendas de verano, ayudados por los pocos pobladores de estas vírgenes playas. De repente, retornaban a la más vieja tradición de sus primigenios hogares, sabios por la memoria de sus antepasados en la contrucción de lares donde protegerse del sol y las lluvias.

Llegaban primero los cabezas de familia. Dejaban en unos días, como esqueletos al sol, las estructuras de madera de las chozas, con el tiempo llamadas "ranchos". Pocos días después, con la llegada de las mujeres, se terminaban de construir. El pozo, cercano y fresco, casi tocado por la orilla, manaba la dulce agua y filtraba por los siglos de sílice en sus adentros. El resto era dividir el interior con sacos de arpillera y viejas sábanas, colocar los catres con colchones de borra o paja.

Con el transcurso de los tiempos los primeros rocianeros en Mazagón, como consecuencia del avance del mar en El Loro, se vieron obligados a subir orilla arriba para quedarse definitivamente en los aledaños, primero de la Cuesta de la Barca y luego El Picacho. En esta zona empezaron a construirse las primeras por aquellos que tenían mejor posición económica. La primera de Rociana la construyo Rafael Botita y le siguieron, en la cercanía de la cuesta-ahora llamándose chalets- los de don Segundo el maestro, el Sochantre, Celedonio Conca, Federico Vallejo, Naranjo, Faustino Acosta, Ricardo Lobato, un poco más alejados e ubicaron las casas de Drago, Jaime Muñoz y Luís Manzano. Junto a las cinco que había de vecinos de Bonares, conformaron aquel primer embrión de la actual Mazagón en los primeros años de la década de los cuarenta.

Pero por estos años también comenzó a aumentar los ranchos. Ubicados entre La Cuesta de la Barca y El Picacho, cada verano rocianeros y bonariegos en línea paralela al mar poblaban las orillas de mujeres y niños: pudorosas ellas en bañarse, incansables ellos de agua y arena, mientras esperaban los sábados la llegada de padres y abuelos cargados de melones y sandías.

Por estas arenas vieron y vivieron su primer mar, Odón Betanzos con su padre, o Manuel Contreras, conocedor de estos lugares como una prolongación más de su tierra rocianera.

Referencias

Antonio Ramírez Almansa, Revista de Feria de Mazagón, 1997[[Imagen:Ejemplo.jpg]]

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