Cirochos (Villanueva de los Castillejos)

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Hablar de los orígenes de esta danza, tradicional en esta parte de El Andévalo, y muy especialmente en las localidades de El Almendro y Villanueva de los Castillejos, se hace difícil y, diría que, probablemente, casi imposible. Surgen como en otras tantas tradiciones, las dificultades de la falta de fuentes fidedignas escritas en las que se nos diga cuál o cuáles fueron sus orígenes, de donde proviene esta antiquísima danza.

Sí se nombra en algunas actas municipales de pasados siglos y hasta se indica que a finales del siglo XVIII, reinando en España Carlos III, fueron prohibidas en las procesiones religiosas.

Atrae la curiosidad a quienes estudian y conocen en gran parte las costumbres de nuestro Andévalo y en particular de la parte Occidental, la gran cantidad de manifestaciones folclóricas, muy parecidas todas ellas, que proliferan y salen a relucir en sus fiestas patronales. Por nombrar algunas, citemos aquí danzas como la de “Los palos” de Villablanca, “Las espadas” en La Puebla de Guzmán y San Bartolomé de la Torre, “Los cascabeleros” de Alosno, y muchas otras que podremos contemplar y admirar si nos acercamos a Sanlúcar de Guadiana, al Cerro de Andévalo o a cualquier localidad de esta comarca onubense. Y a las que hemos de agregar, como no, la danza de “Los Cirochos”.

¿De dónde proceden todas estas manifestaciones folclóricas? Tan sólo puedo decir que los viejos dicen: "Esto ya lo bailaban mis padres y los padres de mis padres..."

¿Cuándo se comenzó a bailar? ¿A quién o a quiénes iban dedicadas estas danzas? Vuelvo a repetir que nada hay escrito al respecto o yo no he conseguido encontrar nada que haga referencia a estas manifestaciones populares. Tomando como base una simple hipótesis, parece ser que se trataría de una danza pastoril y que puede tener sus raíces célticas por su remoto parecido con algunas danzas del norte de la Península Ibérica. Hay que recordar aquí que el dios o divinidad principal de estas tierras era denominado “Endóvelo” o “Andóvelo” y que, casi con toda probabilidad, esta deidad pagana era de origen céltico. Así que es muy probable que ya, allá en las remotas épocas de nuestra historia, aquellos pobladores, ¿celtas?, ¿tartésicos?, ¿beturienses?, o de cualquier otra ascendencia, honrasen a sus dioses, al sol, a la luna, a la propia madre naturaleza, danzando y acompañándose con cualquier instrumento musical, llámese un palo, un tambor, unas castañuelas,... Queda por aclarar el porqué del nombre “Cirochos”, o acaso “Sirochos”, que tampoco está muy claro. Al igual que sucede con respecto al origen, nada hay escrito sobre ello.

A mi modo muy particular de buscar un origen posible, y sin ánimo de llevar razón, achaco esa denominación a la repetición onomatopéyica del acompasado son de las castañuelas, ya que, si nos fijamos, éstas repiten una y otra vez, durante todo el recorrido, “cirocho”, “cirocho”, “cirocho”,... Lo más seguro es que esta suposición mía, mi origen onomatopéyico, no sea el correcto, que ni tan siquiera se arrime a la realidad, pero aún no he podido descubrir el verdadero. Hemos de remontarnos a más de veinte años atrás para recordar a aquellos grupos de hombres que, llegadas las fiestas de Castillejos o de El Almendro, dejaban sus labores del campo para entregarse, en cuerpo y alma, a la danza en honor de sus patrones o patronas religiosos. Vestían aquellos “danzaores” o danzantes con calzón de pana, faja negra o roja, pañuelo atado a la cabeza y alpargatas de lona. Les cruzaba de pecho a espalda, pasando por los hombros, un artístico mantón de Manila (más tarde, una banda de seda). El número de los danzadores era variable, aunque siempre impar, ya que uno de ellos había de ejercer la función de “guión” o capataz, y tenía como cometido dar órdenes y dirigir los movimientos de los demás. Estos movimientos eran, bien es cierto, algo monótonos, aunque habían de acompasar brazos y piernas al son de las castañuelas o palillos, del tamboril y de la flauta. Generalmente se colocaban en dos filas paralelas y, además de avanzar, efectuaban algunos giros sobre sí mismo. Durante todo el recorrido en las procesiones no paraban de danzar y tan sólo concluida la función religiosa veían concluida su participación. Tras las funciones religiosas acostumbraban a ir por las calles bailando y recogiendo algunos donativos, tanto en metálico como en alimentos. Por causas ajenas a lo fundamental de la danza, hubieron de ser sustituidos por niños, aunque últimamente se ha recuperado la danza de los mayores, gracias al entusiasmo de un grupo de personas y al apoyo de la hermandad de Piedras-Albas. El fondo es el mismo y los fines son idénticos. Tan sólo ha cambiado en algo la forma de vestir y la forma de interpretar la danza. En el vestir, hoy lo hacen con pantalón de pana verde, faja roja, banda del mismo color que cruza por pecho y espalda pasando por el hombro izquierdo, pañuelo de lunares rojos y blancos amarrado al cuello o a la cabeza y alpargata de lona blanca. El guión o capataz cambia el color rojo por el verde. Con respecto a la forma de danzar, lo esencial permanece inalterado, pero hoy se ha actualizado o modernizado en algo la danza, añadiéndose a lo antiguo algunas variaciones o cambios, lo que la hace, para el espectador, algo más atractiva y menos monótona.

Para terminar, decir que “Los Cirochos” danzan con ocasión de las fiestas de San Sebastián en El Almendro, el 20 de Enero; San Matías en Castillejos, el 24 de Febrero; y en la Romería a Piedras-Albas, en la Pascua de Resurrección, en El Almendro y Castillejos.

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